Nacho (09/09/2021)
Buenas, nudistas. Soy Nacho. Ya he escrito alguna vez por aquí para contar mi primera vez y un par de anécdotas más (Corriendo tras la sombrilla y La clave es la naturalidad).
Suelo hacer nudismo en la zona de Rompeculos y Cuesta Maneli (Huelva). Son playas, o más bien una sola larguísima, donde se practica el nudismo, aunque no hay ninguna zona estrictamente reservada para ello y es muy frecuente que los no nudistas paseen por la orilla y lleguen hasta sitios en los que se suele poner más gente en bolas.
A mí eso es algo que nunca me ha importado. Mi lema es «al que no le guste, que no mire, y al que le guste, que mire y lo cuente». Vamos, que disfruten. ¿Qué puedo decir? Si a alguien le gusta lo que ve cuando estoy desnudo, teniendo un cuerpo de lo más normalito, pues yo encantado.
El caso es que siempre me ha hecho mucha gracia la gente que pasea por la orilla y se cruza con nudistas porque suelen intentar disimular que están mirando lo que están mirando. Insisto, a mí no me importa que miren, pero me parece gracioso que intenten hacer como que no están mirando.
De hecho, a veces voy yo desnudo por la orilla, voy a cruzarme con alguien y no les miro directamente hasta que de repente sí lo hago y automáticamente desvían su mirada, giran la cabeza o intentan disimular de formas muy variadas. Me parece graciosísimo. Otras veces evito mirarles para que así puedan hacerlo ellos con libertad. Pobrecitos. Aunque, por supuesto, también los hay que miran sin disimulo ninguno… y hacen bien. Lo que se van a comer los gusanos que lo disfruten los cristianos.
Pues bien, hace algunas semanas en Rompeculos me crucé con dos chicas. Cuando estaban cerca de mí las dos se pusieron sus gafas de sol, lo cual fue muy curioso porque estaba nublado y porque lo hicieron las dos a la vez. Eran además de esas gafas que no son oscuras, sino prácticamente espejos para el que está delante, por lo que quien las lleva está confiado en que nadie puede ver hacia dónde están mirando. Pero el movimiento de las cabezas tampoco dejó mucha duda cuando nos cruzamos a unos pocos metros.
Aunque ya digo que me da igual que me miren (si me importase no me pondría en bolas en un lugar público a la vista de todos), sí me dio un poco de coraje que me tomasen en cierta forma por tonto al creer que por ponerse las gafas de sol yo no me iba a dar cuenta de que me estaban mirando, así que se me ocurrió idear un plan para que se dieran cuenta no sólo de que sabía que me miraban, sino de que no me importaba en absoluto.
Cuando las vi volver por donde se habían ido (eran textiles de los que recorren la parte nudista y después se dan la vuelta), cogí mi móvil y fui directo hacia ellas. Lo más gracioso fue que volvió a pasar lo mismo: se volvieron a poner las gafas de sol conforme se acercaban. Y es que, al estar nublado, en ese momento, aún por la mañana, los únicos nudistas éramos un hombre ya mayor que estaba bastante lejos y apartado de la orilla, y yo, que estaba muy cerca del mar. Imagino entonces que al pasar la primera vez a mi lado se las quitarían enseguida al no ver a ningún otro tío desnudo a la vista.
Total, que veo que se vuelven a poner las gafas, me acerco y les digo dándoles mi móvil: «perdonad, ¿me podéis hacer una foto?». Una de ellas, muy amablemente accedió, me cogió el móvil, me preguntó qué parte quería que se viera del paisaje y me hizo un total de tres fotos desde distintas posiciones. Evidentemente, tuvo oportunidad de verme de arriba a abajo todo lo que quiso, como también lo hizo su amiga, que durante todo el proceso mantuvo su cabeza (y evidentemente también sus ojos tras las gafas de sol) dirigidos hacia mí. ¿Querían mirarme disimuladamente? Pues, queridas mías, que sepáis que me da igual y que incluso os lo he puesto más fácil para que disfrutéis sin tener que disimular.
La verdad es que me gustó mucho hacer mi pequeño teatrillo, así que no lo descarto para próximas ocasiones. Que miren sin disimulo. Que miren, que miren, que es gratis.
Nacho.
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