Por ejemplo: cuando uno decide pasearse por la ciudad con la ropa que le apetece llevar, específicamente cuando la decisión ha sido, mira tú, no llevar ninguna ropa. Pobre Adán moderno, no sabe la que le espera…
Pongamos un lugar: Pamplona, una ciudad que se dice celosa de sus costumbres y tradiciones, pero que quienes más dicen eso suelen tener una intención limitadora y poco tolerante. En esta idílica versión de Vetusta del siglo XXI, con alto nivel de vida y demás indicadores que nos hacen parecer el mejor de los mundos posibles, acaso el Paraíso dentro de la Unión Europea, resulta que el equipo de gobierno municipal actúa en plan ángel con espada flamígera, desterrando a quienes, incautos, pensaban que, precisamente en el paraíso, las vestimentas no eran algo obligatorio.
Craso error, Adán moderno, craso error. El pasado 24 de diciembre, el ayuntamiento (con la oposición de algunos de los grupos de la oposición y la abstención de otro que se las da de progre, pero con el apoyo suficiente de los dos partidos que sustentan el gobierno de la alcaldesa Barcina), aprovechando quizá la fecha para una mejor impunidad (todo el mundo andaba cantando villancicos, cabe pensar, así que si pudiéramos hablar de circunstancias agravantes, esta sería la de «natividad», aparte de la alevosía), decidió aprobar una normativa eufemísiticamente apelada: Ordenanza Municipal sobre promoción de conductas cívicas y protección de los espacios públicos. En su artículo 25 establece esta dicharachera ordenanza:
3.- Salvo en aquellos lugares que la Administración pueda habilitar al efecto, no se podrá estar desnudo en los espacios y vías de uso público, cuando ello perturbe la tranquilidad de los ciudadanos o el pacífico ejercicio de sus derechos y deberes. En todo caso, con carácter general, nadie puede, con su comportamiento en la vía o espacios públicos, menospreciar el derecho de las demás personas, ni su libertad de acción, ni ofender las convicciones ni las pautas de convivencia generalmente admitidas, no permitiéndose la exhibición de los genitales ni aquellas otras conductas o actuaciones asimismo prohibidas en esta ordenanza o por otra normativa de pertinente aplicación.
Hablé de esta barbaridad en mi columna del Diario de Noticias en noviembre pasado, cuando se preparaba ese asalto a la razón y a los derechos ciudadanos (¿Civismo?). Escribí entonces:
Vivimos en un país en el que, hasta ahora, a nadie se le podía obligar a vestirse de una determinada manera (ni siquiera a estar vestido, que es lo importante) en los espacios públicos. No he conocido gente más respetuosa con la convivencia pública que los nudistas, y por ello asombra que ahora se pretenda sancionar a quien ejerza su derecho de ir (o no) vestido. Sin más, simplemente porque a algunos concejales eso les provoque incomodidad (¿tienen problemas en su educación sexual y equiparan desnudez a exhibición impúdica más allá de lo que hacen nuestras leyes?) o atente contra sus convicciones (¿qué tipo de convicciones tienen que pretenden culpabilizar el cuerpo humano? En el fondo todo esto es muy muy extraño).
Lo más vergonzante es que la ordenanza, en su exposición inicial de motivos asegura que todo se hace para:
permitir la libertad de cada uno de los ciudadanos con el límite esencial del respeto a los demás, asumir la preservación del patrimonio urbano y natural, así como del resto de los bienes, y , en conjunto, garantizar la convivencia ciudadana en armonía.
Me parece comprensible que con esos fines se reglamente cómo hay que respetar la vía pública, la convivencia, cómo se han de evitar -y castigar acaso- conductas que atenten contra el mobiliario urbano, que regulen la responsabilidad de quienes tienen animales… Ciertamente, no es que me encante: los ayuntamientos, en los últimos tiempos, están dándoselas de un ataque de normativización del civismo que, personalmente, creo que escapa en sus consecuencias, al menos en lo que toca a los derechos fundamentales de los ciudadanos, a lo que les es competente. Un tema sobre el que se podría debatir largo y tendido, aunque ahora me quiero centrar en esa prohibición expresa de pasearse desnudo. Vivimos inmersos en una desnudofobia que alcanza a grados extremos, y que se consolida, especialmente en los últimos tiempos, en un corsé inaceptable que goza de casi completa impunidad (¿dónde están los defensores de los derechos ciudadanos?) y se convierte en normativas y ordenanzas que secuestran el elemental y sencillo derecho a decidir de cada uno.
Leyendo lo que nos cuenta la ordenanza pamplonesa, podemos preguntarnos: ¿Supone estar desnudo una falta de respeto a los demás? ¿Supone perturbar la tranquilidad de nadie, o le impide a algún ciudadano el pacífico ejercicio de sus derechos y deberes? No lo parece entre gente sana y educada, entre ciudadanos que viven en libertad. Es triste, pero clarificador, que la elipsis que plantea el texto presuponga que estar desnudo supone un ataque a los demás. Para la ordenanza es muy importante, porque de ella deriva una prohibición que ninguna otra ley establece: la prohibición de estar desnudo en un lugar público. Y de la prohibición deriva la sanción, por supuesto: el castigo.
Ahora bien, si eliminamos esa presunción de culpabilidad, a la que no se atreven a refererirse porque quedaría demasiado clara su estrategia pseudomoralista, ¿qué quedaría de la primera frase? Dado que estar desnudo no tiene por qué suponer molestia o perturbación ninguna para otros -salvo que exista un interés molestador, cosa que las leyes ya abordan en otros sitios-, el punto 3 es simplemente superfluo.
Es decir: parece bastante extraño el interés normativo de algo que no tendría por qué darse entre gente sana y educada. ¿Qué molesta cuando hay otra persona desnuda al lado? ¿Y por qué? Conociendo las habituales respuestas de un puritanismo que me parece enfermizo a estas preguntas, podríamos recorrer los más variados prejuicios religiosos, desinformación sobre la sexualidad humana, obsesiones o carencias en la educación… y nada de ello tendrá nunca que ver con el civismo.
Y si fuera así, si realmente estar con o sin ropa según uno quiera hacerlo pudiera perturbar la tranquilidad etcétera, ¿por qué debería el ayuntamiento habilitar ningún espacio a ese efecto? Ya estamos: al pronto, nos encontramos con una doble moral. Algo que en las normativas y ordenanzas «cívicas» está siendo denunciado por muchos otros colectivos. Con la excusa de que un no declarado «alguien» puede verse molestado, se imposibilita el ejercicio de derechos que están constitucionalmente reflejados, que son derechos humanos que hemos de tomar por inalienables siempre (por ejemplo, el derecho de reunión pacífica y sin armas que recoge la Constitución en su capítulo 2).
Pero en el tema de la desnudofobia el Ayuntamiento de Pamplona va más lejos. Establece con carácter general que no se permite «la exhibición de los genitales». ¿Se puede escribir algo más estúpido? Realmente es difícil. Algunas preguntas sencillas y tontas: según la propia Real Academia, «genitales» hace referencia a los órganos sexuales externos. Así, la normativa prohibe la exhibición de genitales externos…
- ¿A qué especies? Cabe pensar que esto regula las conductas humanas. Hemos de entender que, afortunadamente, no se obliga a que los perros o los gatos vayan con braguero. O que se retiren las flores (que son olorosos, coloridos y llamativos órganos sexuales externos al fin y al cabo) de todos los jardines. Un absurdo.
- ¿Afecta a las mujeres? Si atendemos a que se refieren a órganos sexuales externos en la especie humana, salvo que consideremos los pechos como tales órganos, o que la mujer está más bien abierta de piernas… parece que no les afecta demasiado. En fin. Otro absurdo.
- ¿Alguien tiene por ahí órganos sexuales separados del resto del cuerpo, que se puedan «exhibir» de manera aislada? ¿Qué extraño proceso mental hizo que pusieran «genitales» en vez de poner, simplemente «ir desnudo»? Ay, cuánta obsesión con las pollas… Otro absurdo.
Para evitar los absurdos a que nos llevan las ingenuas preguntas, deberían haber redactado mejor: «no permitiéndose a los hombres la exhibición de sus penes y testículos (si los hubieren, todos o en parte), ni a las mujeres la exibición de su vulva y zonas aledañas ni de sus glándulas mamarias (si las hubieren, todas o en parte)». Igual deberían poner que tampoco se puede enseñar el culo, que no es nada genital necesariamente, aunque quizá también a los puritanos les parece poco adecuado. «Ni pollas, ni cojones, ni chochos, ni tetas, ni culo», deberían haber puesto, y por lo menos serían más claros sus objetivos.
Todo ello pone en evidencia la intrínseca estupidez del artículo de esa normativa «cívica». Y lo ridículo que resulta. Muestra además la ignorancia de quienes lo han redactado y aprobado. Es triste constatar que nos gobiernan personas estúpidas e ignorantes. Pero más terribles es constatar que además son malas personas, que anteponen sus enfermedades y/o prejuicios a los derechos ciudadanos. Lo que nos intentan vender, en definitiva, en este artículo de la ordenanza cívica es que ir desnudo o desnuda es «menospreciar el derecho de las demás personas, su libertad de acción, u ofende las convicciones y las pautas de convivencia generalmente admitidas», según dice el dichoso texto.
Sigo sin conocer en qué la forma en que se vaya vestido -o se prescinda del vestido- puede menospreciar:
- ni el derecho de otros. (Salvo que exigiéramos que alguien se desnudara en contra de su voluntad, o le desnudáramos violentando su opción de ir vestido),
- ni su libertad de acción,
- ni ofender a convicciones…
Ah, mira, aquí sí. En efecto, conozco personas cuyas convicciones demonizan la desnudez. Hay gente que escribe a los periódicos todos los años, en campañas de cartas que se quejan por el nudismo en las playas (por cierto, la de este año, según cuenta GNUdista, ya ha comenzado en Guipúzcoa), o por la poca ropa -o ausencia de ella- que aparece en la publicidad de marquesinas y otros espacios públicos, que hacen pública queja de que en los medios de comunicación se vean cuerpos más o menos desnudos. A menudo son vociferantes, e invocan sagrados textos morales para ese desprecio. Hablan de «inmoralidad» y otros términos bastante curiosos. Equiparan la visión de un desnudo humano a la práctica del sexo, o a la incitación a ella. Para ellos existen pecados y en su pseudomoral el sexo es pecado salvo en ciertas condiciones, todas ellas por supuesto lejos de los espacios públicos y las miradas ajenas (y algunos llegan a extenderlo a las miradas propias de los participantes, ¡ya les vale!).
Todos sabemos que hay gente así, cuyas convicciones les hacen desnudófobos feroces. Ahora bien, ¿son ellos quienes dictan las pautas de convivencia que hemos de admitir como generales? No cabe duda de que lo hicieron hace años en este país, pero ahora, creíamos quizá ingenuamente, ya no… Tristemente, ordenanzas como la pamplonesa muestran que aún sí hay esa idea de la «moralidad» que pertenece a un grupo concreto. Pero muestran más: muestran que esa idea tan particular (tan enfermiza) la pretenden como norma para todos los demás. Y no dejan posible alternativa.
¿Es inmoral estar desnudo? Tener que hacernos, en 2006, esta pregunta, demuestra cuánto trabajo queda por hacer para limpiar nuestra sociedad de la basura que los fundamentalismos católicos (porque son esos y no otros los que afectan a nuestra convivencia) siguen manteniendo en los lugares públicos. Un verdadero civismo habría exigido ya retirar todo ese desperdicio, que sí ataca la normal convivencia, que sí ofende cualquier convicción democrática. Que sí es, ante todo, inmoral, al pretender limitar la libertad de todos por la estrecha visión de unos pocos.
Hace unas semanas tuve el enorme (de veras, enorme) honor de recibir un premio por parte de la E.N.E.- EUSKAL NATURISTA ELKARTEA / ASOCIACIÓN DE NATURISTAS VASCOS. El año pasado crearon un galardón que dedican a personas y colectivos que luchan contra la desnudofobia, el llamado premio NoDes. Y el NoDes-2006 me lo han concedido a mí (se ve que hay poca gente que habla públicamente contra la desnudofobia… qué pena). En cualquier caso, muchísimas gracias a los amigos de ENE.
Decía que fue un honor enorme, pero fue más, porque el sencillo acto, celebrado en las Piscinas de Artxanda, en Bilbao, donde ENE consiguió hace años que hubiera días nudistas, fue un agradable encuentro entre amigos, con comida incluida y luego baño (aunque ahí falté, que tenía líos y tuve que escaparme). Disfruté mucho de la compañía de estas gentes encantadoras (a ver si pongo alguna foto… el osito aprovechó para hacer un reportaje, pero aún no se lo he visto colocado en su blog), y tuvimos ocasión también de hablar de la aberrante ordenanza pamplonesa. Por el momento, entonces, era sólo eso, un papel «oficial».
Pero la semana pasada se convirtió en excusa para el atropello de un ciudadano. De ahí el título de esta larga entrada que, recuerdo al lector, era «Inseguridad Ciudadana Desnuda». Una persona decidió pasearse por el centro de la ciudad desnudo. No era un acto batasuno, así que ningún juez apellidado Grande Marlaska habría dicho tampoco nada. Era simplemente el ejercicio de un derecho que, se mire por donde se mire, no está limitado por la Constitución…
…pero sí por la jodida ordenanza pamplonesa, que entró en vigor en mayo merced a esas cosas del funcionamiento legal de este antiguo Reyno (con y griega, en efecto, que queda tonto, arcaico y un poco patético, pero es lo que les mola a los que gobiernan). La cosa es que cuando paseaba esta persona por la Plaza del Castillo, sin morder a nadie ni hacer gestos obscenos o provocadores, simplemente paseaba como tantas otras personas por allí… digo, que cuando así estaba, llegaron los municipales y le conminaron -ordenanza en mano, cabe pensar- a deponer su actitud y taparse. Cosa que esta persona no tenía la menor intención de hacer. Fue reducido y conducido a dependencias policiales. Y de ahí al juez. Por resistencia a la autoridad.
Qué vergüenza, ni los poderes municipales tienen la valentía de aplicar su normativa, y se escudan en que hubo resistencia… El juez, solícito con el orden biempensante, le ha puesto una multa de 180 euros por esa resistencia. Pero no entra, porque así de triste es y así de cobardes son, a discutir el asunto de fondo, si esa normativa municipal está realmente meando fuera del tiesto.
El asunto es chusco, absurdo, trasnochado, como suelen serlo estas cosas. Lo que pasa es que cualquier acción legal contra este abuso de poder implica largas gestiones, abogados, trabajo duro y poco gratificante… Es así de triste, y más en un tema en el que será difícil congregar a colectivos ciudadanos, o hacer al menos algo de testimonial protesta. Lo de la desnudofobia no se percibe, no convoca, no preocupa.
Y, sin embargo, es uno de los lugares en donde se nota que, si dejamos sin más a los poderes jugar a ejercer ese poder, tienden a creerse omnipotentes, omniscientes… tienden fácilmente, si no hay ciudadanos que se sientan inseguros por ese proceder, a cercenar las libertades «por si acaso».
Que lo sepan quienes vendrán ahora a Pamplona a disfrutar de los sanfermines: no se atrevan a enseñar el pito, porque hay una ordenanza que considera tal cosa poco cívica. Qué vergüenza. Qué gran inseguridad ciudadana provocan estos ayuntamientos.
Este artículo apareció por primera vez en el blog de Javier Armentia: Por la boca muere el pez, el 18 de Junio de 2006.

Javier Armentia es astrofísico, divulgador científico y director del planetario de Pamplona, ciudad en la que reside. Colabora habitualmente con el periódico Diario de Noticias como columnista, y publica un blog llamado Por la boca muere el pez.
En este artículo se hace referencia a la «ordenanza municipal sobre promoción de conductas cívicas y protección de espacios públicos» aprobada por el Ayuntamiento de Pamplona el 23 de Diciembre de 2005, y similar a las de otros ayuntamientos aprobadas también en la misma época, con el propósito de regular las actividades de sus ciudadanos y sancionar las conductas incívicas. Se menciona a Luis Pérez, un joven que desde el año 2005 decidió disfrutar desnudo de la ciudad, y de vez en cuando paseaba en bici o a pie por Pamplona. En Junio de 2006 fue sancionado por desobediencia a la autoridad cuando se negó a vestirse como le pedían los agentes de policía local, tras aprobarse la mencionada ordenanza de civismo.

ENE, una asociación de naturistas del País Vasco, le otorgó el premio Nodes del año 2006, con el que distinguen a personas que destacan por lucha contra la desnudofobia, particularmente por su defensa de la libertad de los nudistas desde el periódico Diario de Noticias. Esta asociación también fue pionera en la defensa de nuestras libertades, oponiéndose a la prohibición del nudismo en Getxo por edicto del alcalde en el año 2002, y elaborando un tríptico que aclara notablemente la situación actual de legalidad del nudismo en España.

Puedes encontrar el artículo original en http://javarm.blogalia.com/historias/40941.
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Enlaces relacionados con este artículo:
- Artículos que mencionan los primeros paseos reivindicativos de Luis Pérez por Pamplona: L’absurd diari y liberalismo.com.
- Artículo que habla de las ordenanzas sobre civismo de Pamplona y Barcelona, cuando sólo eran proyectos: Blog del gNudista.
- Artículos que mencionan la sanción a Luis Pérez tras la aprobación de la ordenanza: Diario Vasco.